Un almacén de 75 metros cuadrados con un maravilloso patio se ha convertido en una casa abierta, sin paredes, en la que los espacios fluyen y se transforman. Quería un hogar cómodo y alegre dónde dar cabida a mis pasiones: mi trabajo, el arte contemporáneo, los libros, la jardinería y la cocina.
Art by Laurent Martin Lo, Ignacio Uriarte, Bea Sarrias, Paula Bonet, Bruno Ollé, Mikel Belascoain, Regina Jiménez, Mirthe Blussé, Kike Barro, Mariona Espinet, Mikel Casal, Fabia Schoor, Gordillo.
Antes de empezar ese largo proceso de obras, Bárbara cogió un cuaderno y escribió cómo quería vivir. La suya sería una casa confortable y alegre, dónde todo estaría muy bien ordenado y dónde cocinaría para recibir amigos, trabajaría a gusto y tendría muchas macetas llenas de flores. «Los espacios muertos no tendrían cabida aquí, porque lo que no se usa se convierte en algo triste. Necesitaba muchos armarios y estanterías, porque soy adicta al orden. Y quería un patio que fuera una prolongación de la casa, para comer, cenar, tomar el sol y practicar jardinería. Con estas premisas muy claras empecé las obras».
«Cuando la gente piensa en la casa de un interiorista muchas veces se imagina todo moderno, nuevo, impecable, pero yo siempre busco ese momento de legado». A ella la acompañan desde siempre «unas cucharitas de café de plata, ese cuadro de la flamenca, que era de mi abuela; la chaise longe, que también es antigua, o las tazas de porcelana que compré en el mercadillo de Portobello».
También cree que «en las casas hay que dejar espacio para que pasen cosas, no todo debe estar rematado y cerrado. A los clientes siempre les digo que es como cuando vas de viaje y dejas algo por ver para volver. Siempre hay que dejar espacio para que pasen cosas».